No hace tanto tiempo, o al menos eso me gusta creer, nací en el seno de una familia itinerante. Ese era el inconveniente de la profesión de mi padre. Aunque según los ilustrados, una vida nómada podía ser sumamente enriquecedora para la formación integral de un jovenzuelo como yo. Sea como fuere, guardo gratos recuerdos de aquel camino trashumante.

Un tórrido verano, a finales de los ochenta del pasado siglo, en plena efervescencia de mi etapa adolescente, nos mudamos a vivir a una pequeña población española, lejos de todo. En mi primer día de instituto conocí a Jehohanan Müller y en poco tiempo nos unió una profunda amistad, casi mística diría yo, que dura hasta este momento. Recuerdo haber pensado cuando lo vi acercarse y entonar unas estridentes palabras – ¡La hostia, qué tío más raro! -, pero no tardé en reconocer que era poseedor de atributos que lo hacían diferente. Ser diferente no es lo mismo que ser raro. Son conceptos con matices muy distintos. 

Dicen algunos eruditos que a los hombres no nos gusta depender de otros hombres. Esta afirmación no sólo es ingenua, sino falsa. Yo dependía de mi amigo en aquellos años adolescentes y me gusta pensar que él dependió de mí. Cuando El Diseñador hizo la realidad que nos ha tocado habitar excluyó la posibilidad del ser en sí mismo, de modo que nada ni nadie, salvo Él, puede escapar a esta verdad. La interconexión y la interdependencia caracterizan nuestra experiencia y modo de existir.

El cimiento y los pilares de mi personalidad se forjaron al amparo de mi familia, pero las naves centrales y laterales, el transepto, el crucero, el ábside, etc., lo hicieron en compañía del extraño Müller. Como alumno y maestro, y maestro y alumno, llegamos a poseer en común numerosos rasgos de carácter, esquemas mentales, formas de pensar, habilidades psicológicas, expectativas, gustos, preferencias, actitudes, intereses, etc., y aquellos en los que diferíamos resultaron ser complementarios.

No había deporte en que dejáramos de participar. Los entrenamientos nos proporcionaron no sólo fortaleza, potencia y resistencia física, sino toda una suerte de virtudes de gran valor y de carácter psicológico, tales como autocontrol, autoconfianza, sacrificio, disciplina, cooperación, decisión, empatía, paciencia, persistencia, responsabilidad, respeto, prudencia, compromiso, lealtad, confianza, coraje, etc.

Era tal el derroche de energía y vitalidad que desplegábamos que os podéis hacer una idea de nuestras necesidades calóricas y nutricionales. Nuestras familias se resistían a seguir alimentado a bisontes en lugar de a personas, aunque acababan cediendo. Eso sí, la única opción que teníamos (por suerte) era la dieta mediterránea y no la anglosajona que nos hubiera gustado (muy de moda a la sazón): pescado, cereales, legumbres, verduras, hortalizas y frutas a tutiplén, todo ello regado con abundante aceite de oliva, y acompañado con algo de huevos, carne y lácteos.

Fuimos juntos a la universidad, donde adquirimos un profundo conocimiento de la estructura y función del organismo, así como de la fragilidad del equilibrio saludable del ser humano. Aunque la perspectiva del conocimiento que adquirimos fue sumamente mecanicista y materialista, de lo cual nos dimos cuenta años más tarde.

Durante largo tiempo no fuimos conscientes de la dimensión espiritual del ser humano. Puedes leer cientos de libros al respecto, conocer todo sobre la espiritualidad de las diferentes sociedades pasadas y presentes, y la chispa divina que todos, sin excepción, llevamos en nuestro interior permanezca todo ese tiempo ahogada. Sin embargo, la muerte de mi padre, por carcinoma, revolucionó mi vida en todos los aspectos, incluyendo el espiritual. 

El cáncer se lo llevó en unos meses, sin que la medicina oficial pudiera hacer absolutamente nada. Bueno, sí que experimentó nuevos fármacos que le hicieron sus últimos días insufribles. Fue entonces cuando, gracias a mi futura suegra (en ocasiones son una bendición, jaja), entré en contacto con las medicinas alternativas, hasta ese momento desconocidas para mí.

Unos meses después del fallecimiento de mi padre me encontraba física y mentalmente fatal. La fatiga se había apoderado de mí, no dormía bien, las digestiones eran tan pesadas que temía comer. Incluso beber agua me producía ardores (pirosis). Tuve que dejar el ejercicio físico, no sólo por la falta de energía, sino porque la hinchazón abdominal me lo impedía. Fui al médico y las pruebas de sangre llegaron a intranquilizarme. Todo estaba «desconfigurado». Como las recomendaciones de la oficialidad médica resultaron ineficaces, decidí acudir al terapeuta de mi suegra, Don José Ramón Villarrubia Orellana, un sabio donde los haya. Dos meses después de comenzar el tratamiento natural, con yerbajos y homeopatía, era una persona nueva.

Habiendo constatado los resultados de la medicina alternativa en mi persona, concerté una cita para mi madre, una mujer con artrosis, con dolores que limitaban la movilidad en sus brazos, y una pérdida de un 25% de densidad ósea, es decir, una osteoporosis de las gordas. Seis meses después de iniciar el tratamiento, los dolores habían desaparecido por completo, recuperado su movilidad y la densitometría ósea indicaba que ya no existía la osteoporosis, una enfermedad no curable para la medicina oficial. Sorprendente, ¿no es cierto? Pues así fue. 

Me pregunté cómo es posible que un terapeuta alternativo pudiera curar una enfermedad incurable. Pensé que tal vez hubiera que dudar de lo que oficialmente se afirma como cierto. Así que durante años me sumí en el estudio sistemático de diferentes terapias. Su filosofía y modo de entender la existencia me fascinaron, me sedujeron y me atraparon, a pesar de encontrarse en las antípodas de las que cimentan el saber médico académico. 

Años más tarde llegué a establecer mi propia consulta. 

Hace unos meses, leyendo la Escritura, surgió la idea de crear un blog que sirviera como casa, como lugar de encuentro donde compartir nuestra experiencia, reflexiones, conocimiento, nuestra luz, con el objeto de poder ayudar a otras personas a revolucionar sus vidas, a fortalecer sus cuerpos, sus psiques, a renacer, a regenerarse, a limpiarse, a encontrar La Luz, a ver, a andar, a encontrar el camino,… Como dijo el Maestro  – Ni se enciende una lámpara y se pone debajo de un almud, sino en el candelero, y alumbra a todos los que están en la casa -. Al mismo tiempo este blog pretende ser un lugar de interacción desde el que nosotros podamos seguir aprendiendo de vuestra luz, porque todos vosotros, aunque no lo creáis, tenéis mucho que enseñar.

Da un salto cuántico y únete al Origen de la Humanidad Alfa. Welcome to the Alfa Humankind Origin: AHO.

JAAKOB P´REZ