Desde que Watson y Crick descubrieran la estructura y la función del DNA se estableció un dogma que ha regido las ciencias biológicas y médicas hasta el día de hoy. Este dogma central, inamovible e incustionable, nos dice que la espectacular molécula de DNA lo controla y determina todo en la vida del ser humano. No obstante, múltiples estudios e investigaciones han cuestionado el evangelio determinista y nos revelan que los genes no son nuestro destino.
En este artículo vamos a desentrañar por qué la vida de las células y la del ser Humano no se encuentra absolutamente determinada por los genes. Ni siquiera son un factor condicionante esencial. Defenderemos que lo verdaderamente condicionante en la biología humana es su entorno físico y energético, incluyendo las creencias y los pensamientos. Incluso las palabras: Lea nuestro artículo: La palabra puede modificar el ADN.
EL DOGMA CENTRAL DE LA BIOLOGÍA. LOS GENES SON EL DESTINO
A principios de la década de los 50, los biólogos James Watson y Francis Crick desentrañaron la estructura de doble hélice y el funcionamiento del DNA. Este hallazgo supuso una revolución científica y les valió el premio Nobel unos años más tarde.
Llegaron a la conclusión de que la molécula de DNA no sólo controla su propia replicación, sino que contiene la información codificada para la fabricación de proteínas. Como todas las características biológicas del organismo humano dependen de la naturaleza de sus proteínas, y éstas se encuentran codificadas en el DNA, dedujeron que el DNA es la causa primordial o determinante esencial de los caracteres humanos. Aquí nació el determinismo genético expresado en el dogma central, según el cual todo es controlado por los genes.
La supremacía de los genes sobre cualquier aspecto de la biología humana tuvo dos consecuencias importantes. En primer lugar, dado que no es posible hacer nada para modificar la secuencia de genes, el determinismo genético nos hizo creer que somos esclavos y víctimas de la información que ellos contienen. Además, el mundo creyó que su destino está marcado de antemano por los genes que les tocó en suerte durante la concepción.
En segundo lugar, los fieles seguidores del dogma, como ha sucedido otras veces en la historia de la medicina, comenzaron a predecir que los nuevos descubrimientos genéticos serían el principio del fin de todas las enfermedades. Nosotros no podemos hacer nada por influir en nuestros genes, pero sí la nueva rama de la biología: la Ingeniería Genética. Los ingenieros de los genes se encargarían de cortar material genético defectuoso y pegar uno sano y así solucionar el sufrimiento de la Humanidad. ¡Qué increíble previsión!, si no fuera por otras que se hicieron en el pasado y que nunca se cumplieron.
PRIMER VARAPALO AL DOGMA
El dogma se llevó el primer varapalo cuando en 2003 salieron a la luz los resultados del Proyecto Genoma Humano. En lugar de los 120.000 genes que se esperaban encontrar (uno por cada proteína existente en el organismo humano), descubrieron que sólo contenemos en torno a 23.000. Esto quiere decir que el axioma según el cual un gen contiene la información para sintetizar una proteína es falso.
Pero lo más importante de los resultados del titánico proyecto fue que el mundo científico se percató de que no era posible explicar la complejidad del organismo humano recurriendo exclusivamente al número total de genes. Porque, de hecho, el número de nuestros genes no difiere mucho del de otros organismos simples y primitivos. Así comenzó a dudarse de que los genes fueran el destino.
LOS GENES NO SON EL CEREBRO DE LA CÉLULA
El biólogo estadounidense Bruce Lipton, en su obra «La Biología de la creencia», nos relata las investigaciones que le llevaron a concluir que el cerebro celular no está en los genes. Pensó que si el DNA de la célula fuese el cerebro celular, al eliminarlo la célula debería morir inmediatamente. Sin embargo, los resultados de sus experimentos fueron sorprendentes. Retiró el núcleo (donde se encuentra el DNA) de muchas células y observó que podían sobrevivir durante uno o dos meses. Sobrevivían y conservaban inmunerables funciones vitales, como el ingreso de nutrientes, el desecho de residuos, la respiración celular, la capacidad de responder a estímulos y comunicarse con otras células, etc.
Eso sí, las células sin núcleo acababan muriendo. Sin instrucciones procedentes del DNA perdían la capacidad de reproducirse y reparar o reemplazar las proteínas que se iban deteriorando con el tiempo. Esto les ocasionaba disfunciones y finalmente la muerte.
La conclusión a la que llegó Bruce Lipton fue que el cerebro celular no puede hallarse en los genes. Y si no son el cerebro, tampoco los genes son el destino. Entonces, ¿dónde está el verdadero cerebro de la célula? Lo veremos más adelante.
EPIGENÉTICA Y FLUJO DE INFORMACIÓN. EL DESTINO NO ESTÁ EN LOS GENES
Los descubrimientos de Watson y Crick generaron un optimismo tal, que ocultó por un tiempo los postulados de la Epigenética. La Epigenética es una rama de la Biología que cuestiona el dogma central de la Biología. Postula los mecanismos moleculares a través de los que el entorno controla la actividad de los genes.
Es decir, afirma que las influencias medioambientales pueden modificar la información genética sin que se altere la configuración del DNA. Y lo más sorprendente de todo es que los cambios epigenéticos que regulan los genes pueden transmitirse a generaciones futuras. Lo mismo que postulaba Lamarck, el denostado y calumniado opositor de Darwin. Pero esto –…es otra historia y deberá ser contada en otra ocasión… –
Dentro de las influencias del entorno capaces de influir sobre los genes se incluye la dieta, la actividad física y el estilo de vida en general. Pero también, como sostiene Bruce Lipton, las creencias, los pensamientos y las emociones.
Según los deterministas genéticos, la información que regula las condiciones biológicas en las que se desarrolla el organismo humano procede de los genes. Los genes proporcionan la información para sintetizar proteínas y éstas regulan toda la actividad biológica. El flujo de información, por tanto, comienza en los genes, que serían los directores de la orquesta.
No obstante, la Epigenética invierte el flujo de información, que se inicia en una señal ambiental. Ésta señal se transmite a una proteína que se encarga de regular la actividad de los genes. En este caso, el director de la orquesta es el ambiente, por lo que los genes no son el destino.
¿CUÁL ES EL VERDADERO CEREBRO DE LA CÉLULA?
Bruce Lipton en su libro “La Biología de la creencia” sostiene que la membrana celular es el órgano pensante de la célula. No son los genes los que controlan y regulan la actividad de la célula, sino la membrana de la misma.
Esto es así gracias a un sinfín de proteínas ubicadas en la membrana (receptores), que permiten a la célula no sólo recibir, sino responder a las señales físicas procedentes del entorno. Los receptores celulares (proteínas) detectan y responden a moléculas físicas, desencadenando acciones celulares concretas, como la activación o desactivación de genes.
Pero Bruce Lipton va más allá al afirmar que las proteínas receptoras de la membrana perciben la energía ondulatoria, como por ejemplo las radiaciones electromagnéticas, y no sólo moléculas. Y no se queda ahí, sino que defiende que la actividad celular, incluyendo la expresión génica, puede ser controlada por campos de energía invisibles, tales como los pensamientos.
En resumen, los receptores de membrana captan las señales procedentes del entorno y las transforman en acciones celulares concretas. Por tanto, no serían los omnipotentes genes quienes controlarían las funciones celulares, sino las proteínas de la membrana, que traducen las señales ambientales en respuestas que regulan la expresión de los genes. Al final, los genes son súbditos del entorno y no al revés como hasta ahora se había creído.
De este modo, Lipton explica por qué cuando se elimina el DNA, la célula continúa viviendo durante meses. Al contrario de lo que sucede al destruir la membrana, que conlleva la muerte celular inmediata. En consecuencia, la supervivencia de una célula depende de su capacidad de adaptarse al entorno. Y esta capacidad adaptativa no es el resultado de la programación genética preexistente, sino de la interacción de la célula con su entorno, a través de la membrana celular.
LA CÉLULA ES UNA BIOCOMPUTADORA
Bruce Lipton descubrió que la membrana celular está organizada como un cristal líquido con capacidad para modificar su estructura de modo dinámico sin perder su integridad. También la describe como -… un semiconductor con canales de entrada y canales de salida… – Estas propiedades de la membrana la hacen semejante a un chip de ordenador.
De ahí que Lipton sostenga que la célula es una biocomputadora programable desde fuera. En esta analogía, el DNA correspondería al disco duro en el que ingresaría la información a través del teclado, esto es, la membrana celular.
Llegados a este punto, aparece la pregunta ¿quién es el programador? La respuesta es NOSOTROS, que somos dueños de nuestra biología. Somos nosotros los que escribimos sobre la membrana celular (teclado) e introducimos los datos en las células (biocomputadoras). Por tanto, los genes no son el destino.
¡LA FÍSICA CUÁNTICA AL RESCATE!
Una de las conclusiones más sorprendentes de Lipton es la imposibilidad de comprender los misterios del universo a través de las «Leyes de Newton» de la física clásica. Resulta preciso adentrarse en el mundo cuántico, donde la materia está formada por energía. O mejor expresado, universo cuántico donde la materia es más energía que materia. Einstein da un paso más y afirmó que la materia y la energía son una y la misma cosa, tal como se reconoce en la célebre fórmula de Einstein, E = mc2.
Los físicos cuánticos nos han proporcionado una visión diferente de la realidad. Aquella imagen de la estructura del átomo que estudiamos en el colegio, formada por bolitas de mayor tamaño alrededor de las que giran otras más pequeñas, ha quedado obsoleta. La Mecánica Cuántica ha descubierto que el átomo en realidad no tiene estructura física, sino un enorme vacío físico constituido por energía invisible y no por materia tangible.
LA ENERGÍA COMO MEDIO DE INFORMACIÓN
La Biología comienza a atisbar el importantísimo papel que juega la energía como canal de transporte de información en los sistemas biológicos. Según afirma Lipton, la eficacia de las señales electromagnéticas cargadas de información es mucho más eficaz que las señales físico-químicas, como las hormonas, neurotransmisores, etc.
La Medicina oficial desconoce por completo estos sistemas energéticos de transmisión de información. Sin embargo, reconoce la utilidad de las tecnologías diagnósticas que interpretan los campos de energía, tales como el TAC. Es toda una contradicción.
Si la Medicina integrara los conocimientos de la Mecánica Cuántica, los avances podrían ser sorprendentes. Mientras que la Física clásica puede aplicarse a los niveles superiores de organización, la cuántica nos permite comprender lo que sucede en el ámbito atómico y molecular. En su libro «La Biología de la creencia» cita un estudio publicado en la revista «Nature» en el año 2000 y dirigido por V. Pophristic y L. Goodman. Según los autores, –… son las leyes de la Física Cuántica y no las de la clásica las que controlan la actividad molecular que da lugar a la vida… –
Y la actividad iónica y molecular es el origen de la mayoría de las enfermedades que atenazan a la Humanidad. Por ejemplo, una enfermedad como el cáncer se manifiesta en niveles organizativos superiores cuando se detecta un tumor; no obstante, el proceso que lo provocó tuvo su origen en el interior de las células a niveles atómicos. De ahí que Lipton considere necesaria la integración de la Medicina con la Física Cuántica.
LA MENTE EJERCE UN EFECTO SOBRE EL CUERPO FÍSICO…
Ya hemos hecho referencia a que las células, y los organismos completos, evalúan su entorno a través de la recepción e interpretación de moléculas físicas y campos de energía. Asimismo, responden a estas señales ambientales desencadenando mecanismos que regulan sus funciones y la expresión de sus genes. Pues bien, la mente impacta en nuestras células no sólo a través de un aluvión de moléculas físicas, sino al generar un campo de energía. Y a través del vehículo energético la información circula de forma más eficaz.
Ya sabe que la materia y la energía están relacionadas y esta relación es análoga a la existente entre el cuerpo (materia) y la mente (energía). Pero la Medicina se resiste a aceptar esta relación. Sigue postulando que sólo la materia puede tener un efecto sobre la materia, a pesar de los innumerables estudios que confirman que las fuerzas invisibles de los campos electromagnéticos afectan a la regulación biológica, en algunos casos de modo muy negativo. Léase nuestro artículo sobre los «Efectos de los campos electromagnéticos en la salud».
La Mecánica Cuántica, sin embargo, une lo que la Medicina se empecina en separar. Nos muestra que cuerpo y mente no pueden considerarse de forma separada, pues se encuentran íntimamente vinculados. No cabe duda de que sea lo que sea la mente (sobre este asunto escribiremos en el futuro), ésta genera un campo de energía. O, incluso, podría decirse que es un campo de energía. Y el campo de energía tiene un efecto sobre el cuerpo material. De hecho, numerosos estudios han demostrado que la mente induce cambios fisiológicos e incluso en la expresión de los genes.
… A TRAVÉS DE LAS CREENCIAS, PENSAMIENTOS Y EMOCIONES
La mente contiene infinidad de creencias adquiridas a lo largo de la vida, que sirven de estructura para los pensamientos. Es decir, las creencias determinan los pensamientos. O expresado de otro modo, los pensamientos que usted genera proceden de las creencias que tiene almacenadas en su mente. Además, los pensamientos originan emociones.
El sistema creencia→pensamiento→emoción constituye una señal ambiental, que opera tanto a nivel físico (moléculas) como energético, capaz de activar o desactivar genes y, por tanto, condicionar la biología humana.
LA MEDITACIÓN PUEDE MODIFICAR LA INFORMACIÓN GENÉTICA. LOS GENES NO SON EL DESTINO
Casi una década después de que Bruce Lipton afirmara que las creencias pueden influir en nuestros genes, un grupo de investigadores dirigidos por Richard J. Davidson, profesor de Psiquiatría de la Universidad de Wisconsin (USA), viene a confirmar los postulados del biólogo estadounidense. Estos investigadores sostienen, en un artículo publicado en 2104 en la prestigiosa «Psychoneuroendocrinology», que los pensamientos pueden modificar la expresión de los genes.
A través de experimentos, que no entraremos a describir con detalle, se indujo estrés a dos grupos de personas. El primero de ellos estaba formado por meditadores con experiencia de más de 3 años. Y el segundo, el grupo de control, eran personas sin experiencia en la práctica de la meditación, pero de la misma edad, peso, raza que los del primer grupo.
Los resultados fueron significativos. Se encontró que los genes que codifican las enzimas HDAC2 y RIPK2 se activaron. Esto trajo como resultado la producción de estas enzimas que contrarrestan el efecto del cortisol (hormona segregada por el estrés). Davidson concluiría al respecto que -… los genes son muy dinámicos y nuestros resultados sugieren que una mente en reposo realmente puede influir en su expresión… –
Otros estudios han observado en personas con experiencia en la práctica meditativa reducciones muy rápidas en la expresión de los genes de la inflamación y un aumento de la longitud de los telómeros de los cromosomas. Esto explica el potencial terapéutico de la meditación, teniendo en cuenta que la inflamación crónica de bajo grado y el envejecimiento acelerado son dos de las causas asociadas a la mayor parte de las enfermedades crónicas-degenerativas que asolan a la humanidad.
MÁS PENSAMIENTOS POSITIVOS
Sin embargo, Lipton sostiene que se necesitan más que pensamientos positivos para influir en nuestro cuerpo y nuestra vida. En la actualidad, está muy de moda el pensamiento positivo como remedio a muchos males. Pero lo que no tienen en cuenta los defensores de esta práctica es que nuestra mente consta de dos partes: el consciente y el inconsciente.
La mente consciente es adaptativa y creativa, lo que le permite generar constantemente pensamientos positivos. El inconsciente, en cambio, actúa de forma mecánica y automática de acuerdo con la programación adquirida a lo largo de la vida. Si el pensamiento positivo del consciente entra en conflicto con los programas del inconsciente, siempre ganará la batalla este último. Por ejemplo, si usted se propone firmemente iniciar un plan de entrenamiento y una dieta equilibrada a principios de año, pero en su inconsciente existen programas limitantes y conflictivos, no le quepa duda de que acabará boicoteando sus deseos. Para saber más sobre el funcionamiento del inconsciente lea nuestro artículo «Qué es y cómo funciona el inconsciente».
Lipton afirma que nuestra biología se adapta a nuestras creencias. Creencias y actitudes que se grabaron en nuestra mente a lo largo del proceso de endoculturación. Desde allí, controlan nuestra actividad biológica durante el resto de nuestras vidas. No obstante, el brillante biólogo estadounidense sostiene que no somos esclavos ni de los genes ni de la programación inconsciente. Podemos analizar conscientemente nuestra actividad inconsciente y modificarla. Para más información léase nuestro artículo «Cómo reprogramar el inconsciente».
UNA PRUEBA INCUESTIONABLE: EL EFECTO PLACEBO
El efecto placebo es el ejemplo clásico del poder de la mente, de la influencia de nuestras creencias y pensamientos sobre el cuerpo. En palabras sencillas, un placebo es una sustancia inerte, sin efecto curativo, que se administra a una persona que cree estar tomando un fármaco eficaz para combatir sus males. El efecto que produce el placebo consiste, en muchísimas ocasiones, en la mejoría o remisión de los síntomas de quien lo toma.
El efecto placebo fascina a algunos y exaspera a otros. Entre estos últimos se encuentra la industria farmacéutica, que sabe que en la mayoría de ensayos clínicos, los placebos (medicamentos falsos) demuestran ser tan efectivos como los fármacos reales. Qué duda cabe que la industria ve peligrar su colosal negocio.
Del mismo modo que las creencias pueden ayudarnos, también pueden ejercer el efecto contrario, hundirnos profundamente. Este efecto se conoce como nocebo. Si nuestros padres, profesores o terapeutas nos hacen creer que somos de un modo o que nuestra enfermedad no tiene solución, lo más probable es que se convierta en una realidad.
Como sobre el efecto placebo y nocebo trataremos en un futuro artículo, aquí terminamos el epígrafe. Sólo recuerde que las creencias instaladas en el inconsciente pueden condicionar enormemente la condición biológica en que se desarrolla su vida.
RESUMEN: LOS GENES NO SON EL DESTINO
En palabras de Bruce Lipton:
-… La vida de las células está regida por el entorno físico y energético y no por sus genes. Los genes no son más que planos moleculares utilizados para la construcción de células, tejidos y órganos. Es el entorno el que actúa leyendo e interpretando esos planos genéticos y es responsable último de la vida celular… –
Por tanto, los genes no son el destino. Nuestras células están determinadas en última instancia por la respuesta a las señales ambientales tanto físicas como energéticas. Y entre esas señales cobran enorme importancia nuestras creencias y pensamientos.
Los genes no son el destino. Lo que realmente condiciona su vida es su entorno físico y energético. El destino se encuentra en sus manos, así que trate de corregir su relación con su entorno medioambiental. Cuide lo que come, bebe, cómo se mueve y tenga precaución con las radiaciones electromagnéticas artificiales. Además, considere detectar las creencias limitantes y modificarlas. Si así lo hace, las puertas de un destino fantástico se abrirán delante de usted.
No deje de leer La palabra puede modificar el ADN.
P´REZ&MÜLLER
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